Un 23 de enero la vio nacer, y los 26 siguientes la han ido madurando.
De nuevo le quiero regalar lo más bonito que se hacer: un post.
Y es que está permitido sufrir sin saber por qué, y estar mal cuando parece que todo va bien.
Quiero recordarle que soy parte de esa red inmensa en la que puede confiar cuando se quiera tirar de espaldas. Esa red que no siempre está la vista, pero ESTÁ, esa por la que los años pasan para hacer más resistente.
A veces simplemente consiste en dejar(se) fluir, y permitirse estar como ella quiera.
Yo no necesito que sonría sino le apetece, me contento con sentirla en todas sus versiones, con estar en nuestro cosmos, donde no existe la distancia.
Igual que una tormenta estos días se lloverán, y volverá a salir ese sol de primavera que la vuelva de nuevo florecilla.
Y volverán los días de verano de amigas recordando la adolescencia que no vivimos juntas, y mil vogues por los balcones de algún sitio con playa, donde la piel no sea lo único que se dore.
Porque dorado es el futuro y todos los 23 de enero que nos quedan.




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