Un desayuno de tres horas, una charla alentadora, dos
cabezas rizadas aguantando un ánimo a punto de estallar. 
Tres horas para ver que no se puede dejar de luchar, que
siempre hay algo a lo que te puedes agarrar. La vida será lo que queramos que sea. Y esa sonrisa que nos
achucha, esa madre que hay detrás. Ejemplo de vida sabor café. 
El fondo, un pozo de lágrimas. Y la desesperación que da
paso a la pena. Y la vida que te obliga a que te dejes llevar, que te enseña
como al fin y al cabo no estás tan mal. 
Entonces cuando ya no esperas nada, llega la agitación, la
escapada a una gran cuidad que es el augurio de lo que está por llegar. 
Besos, abrazos, sonrisas, y de nuevo lágrimas que ya han
perdido la sal, que vuelven a ser de felicidad. 
Cerrar una etapa y todo lo que eso supone, ver como vuelan
las horas, y hacer planes pospuestos. Disfrutar cada momento con la consciencia
de que ya nunca será igual. 
Hasta que llega el día de la partida. Comienzan las
despedidas, que poco a poco se hacen más intensas. 
Es difícil decir adiós, saber que te vas para no regresar,
que tu tierra (que es lo único que es verdad) cambiará. 
Y con una dos maletas de equipaje y millones de
sentimientos, emprendo la primera ida sin vuelta. 
Llevaba posponiendo este post una semana, pero quería
reflejar todo el proceso. 
Agradecerle profundamente a Natalia desvelarme que súper Anto,
significa superación en latín. Es una mujer excepcional y recordarle, que
dentro de poco la suerte le sonreirá. 
A Carmen Manzano, por regalarme lo más valioso: su tiempo. 
A Carmen Hermosilla, por abrirme los brazos antes incluso de
llegar y ser ejemplo de vida.
A mi chica de la luz tenue, que tanto deseaba este momento y
no me ha permitido dejar de intentarlo. 
Y a toda mi familia, por estar siempre ahí. 


 
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